Fallas del sistema
Al parecer la línea 6 del Metro con su automatización y software de Inteligencia Artificial, que fue inaugurada con bombos y platillos como una apología de la modernidad (o la postmodernidad) local, folclórica, neoliberal socialdemócrata, falló de nuevo ayer. Así que, como antaño, entre línea 4 y línea 1, se aglomeró como un vómito espeso la gentuza de siempre, entre la que me cuento.
Las hordas de monstruos sebosos o raquíticos, celosos y neuróticas, llorones depresivos de maletín raído, sicópatas de mirada extraviada y otros pobres mortales nos amontonamos como papeles cagados unos sobre otros en la extensión del andén. La conocida metáfora del rebaño al redil o al matadero vuelve a funcionar aquí, cuando, en un acto irreflexivo de higiene civilizatoria, el personal de Metro Sociedad Anónima pone vallas de contención y nos guía por pasadizos únicos, para que accedamos uniformemente a un tren con vagones inmaculados, hediondos a pañal usado y toalla higiénica rebosante. Pero, así es la vida deliciosamente bañada por la refrescante agua que arrojan los ventiladores industriales de la estación subterránea.
Más de alguien se ama en ese tumulto sudoroso; alguien grita “si me tocan de nuevo, los mato”; se escuchan risas, lloriqueos, conversaciones de negocios infructíferos, fracasos de todo tipo, frustraciones sexuales. Por supuesto, finjo que nada importa y trato de mirar con los ojos indiferentes del chico afro que observa con expresión de “estos no son blancos, son todos iguales, ni siquiera se entienden entre sí”. Entonces, noto que hay varios rostros desencajados, miradas de temor y duda; hipertensiones arteriales y desmayos son la tónica que se infiltra como un gas nervioso y se expande en los vagones del tren.
Una joven morena mira con preocupación los otros rostros morenos y mestizos que son cautivos de la preocupación y la perplejidad. Descubro en el reflejo, mi rostro sudaca descompuesto.
Vamos en línea 1, dirección San Pablo, entre Pedro de Valdivia y Manuel Montt; esto hace incomprensible que por altavoz se nos comunique a la distinguida concurrencia que la próxima estación es Tobalaba, combinación línea 4. Por un momento me siento como un caballo al sol, sin agua ni forraje; por segundos creo que es posible que, simplemente, como es habitual el hecho de que una compañía como Metro Sociedad Anónima se dé el gusto de restregar nuestras existencias por entre sus nalgas mosqueadas, estemos siendo sometidas, como personas prescindibles, a la ilogicidad: el tren ha cambiado su dirección y nos devuelven sin chistar al caos de origen, al horno ardiente de donde provenimos, al tumulto angustiante de línea 4. Estamos en una cinta de Moebius entre línea 1 y línea 4. Sin detenerse, sin recordar, nos trasladan una y otra vez, de un lado a otro. Ya no saldremos de aquí.
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