Soy un poeta suicida. Este es un cuento viejo, pero es un cuento real. La poesía en mí podría ser algo así como un miembro fantasma. Soy un suicida y me amputé el corazón, pero aún lo escucho latir. Ahí está, puedo oír sus pentámetros yámbicos, su música, su ruido. Lub Dub. Lub Dub. Lub Dub. Cuando me toca, disfruto su sonido hueco.
Como dije: soy un poeta suicida. Soy un poeta que se ha suicidado y que a cada momento se encuentra con otros poetas muertos. Yo estoy muerto. Muerto como creador, como escritor de eso que llaman poemas. Pero sigo caminando. Y me alimento del cerebro, la carne y la sangre de otros poetas. Soy un poeta muerto caminando, sediento aún de poemas. Y no me es necesario buscarlos con desesperación, porque siempre aparecen. Siempre aparecen como si yo los estuviera llamando y como si ellos me estuvieran buscando.
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De muchas maneras la poesía hoy me parece una farsa. Quizás siempre lo fue. Como sea, hay algo en ella que me atrae: su extraño poder, esa capacidad que tiene de emborracharme, conmoverme, sacudirme. Soy hasta cierto punto un adicto. Pero me encuentro aislado y es difícil dar con la mercancía más fina y más pura. En realidad tampoco es tan importante que sea fina o pura. Sí que pegue una patada grande. Que me lleve en un viaje a lugares que no conozco. O que creía conocer, pero que nunca dejan de volverse nuevos gracias a la droga.
Hoy por hoy, me he vuelto autoindulgente. No tengo mucha inteligencia ni habilidad. Tampoco ambición. Me da lo mismo. No veo ninguna necesidad de conocer a todos los poetas del mundo. En algún momento de mi torpe vida sí lo consideré importante. Creo que era una especie de competencia con los demás. No podían pillarme volando bajo, qué humillación si alguien se daba cuenta de que no había leído a Safo. O a Shiller. O a Maiakovsky. Qué idiotez. Ya no. No me interesa ser un erudito ni un experto. He dejado de lado cualquier tipo de sistematización. Por lo menos a propósito. Es posible que haya llegado a ser sistemático siguiendo mis propios gustos y mis propios hábitos. Sistematización espontánea, digamos. El punto es que la poesía ha dejado de ser un trabajo y una carrera. Renuncié a ser un narcotraficante. Hoy soy simplemente un consumidor. Y un adicto. Pero lo tengo bajo control. Claro, eso lo dicen todos: Deseo con fervor que siga siendo mi vergonzoso vicio privado. Y cuando me encuentro con poemas impuros, pero en los que brillan piedrecillas como talismanes, me lleno de una extraña euforia que me mantiene andando, escuchando mi corazón, a pesar de que estoy muerto. Lub Dub. Lub Dub. Lub Dub.
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No sucede tan a menudo, pero sucede: poetas suicidas llegan a mí, quizás porque los necesito como el aire. Quizás siempre hay uno, en todas partes, en todos los pueblos, en todas las ciudades. Pero nadie los busca, a nadie les interesa. A casi nadie. Yo los necesito y hago que vengan a mí.
Fernando Volkov se mató la madrugada del 21 de septiembre del año 2016. Tenía más de 80 años y estaba enamorado, perdidamente enamorado. Ahora sé estaba enamorado de un fantasma y de una mujer real al mismo tiempo, pero creo que es mejor que esa explicación venga después.
Vivía hace tres años en Vicuña, donde trabajó en un instituto de inglés haciendo clases. Ahí fue donde lo conocí hace dos años. Pronto me di cuenta de que yo sabía mucho más inglés que él, sin embargo, sentí una simpatía natural e inmediata. Era un gigante. Medía casi un metro noventa, pero no parecía darse cuenta. Cada vez que entraba a una habitación, la llenaba con su cuerpo y su presencia, con sus gestos amplios y lentos. Sin embargo, no le tomaba asunto. A veces parecía ignorar completamente que alguien estaba en el mismo lugar que él. Yo no era una persona especialmente alta, pero dormí eones y cuando desperté, la gente era más pequeña, me dijo una vez. Esa es una leyenda nórdica, le dije. No lo eches a perder, me dijo, y soltó la risa. Qué risa, compañeros. Le era imposible pasar desapercibido. Usaba camisas extrañas y pantalones de tela gruesa, incluso en el duro verano de este valle que a veces es un infierno. Grandes zapatos café o sandalias. Seguro era ropa que traía de los muchos lugares en los que había vivido. Seguro era ropa difícil de conseguir por su tamaño, que conservaba con cuidado y hacía durar. Fumaba sin aspirar cigarros delgados y duros, que traía de no sé dónde: le gustaba lanzar bocanadas sólidas, espesas, de un gris fulgurante. Tenía una frente portentosa, amplia, brillante y bella. Yo lo quise inmediatamente, por todas esas características y por sus ojos azules y su sonrisa triste, por sus manos grandes y su cuerpo huesudo. Por su extraño acento. Por su elegante manera de surfear el caos. ¿Hasta qué punto lo idealizo? No lo sé. Quizás sea yo quien estaba enamorado de él. Quizás sea yo quien estoy enamorado de él. De la persona real que era. Del fantasma que es.
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Fue para mí una enorme sorpresa saber que entre las muy pocas cosas que dejó tras su muerte se encontraba un libro de poemas. Un libro de poemas de amor y de muerte que puso en un sobre tamaño oficio con mi nombre en él. No había nota explicativa. Ni del libro ni de su suicidio. Pero me parece haberlo entendido todo. O bueno, la mayor parte. Como el sobre incluía una cinta con un electrocardiograma, titulé al conjunto “Lub Dub”, que es la torpe traducción que hacen los médicos del sonido de nuestro corazón. Y ese es el título también de este libro. Es un libro entonces que estamos haciendo ambos, aunque es la historia de Volkov. Mejor dicho, una parte muy específica de su historia. Y mi más sentido homenaje a nuestra amistad. Quizás la única forma que he tenido para mantener nuestra conversación.
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Como el sobre con sus poemas estaba dirigido a mi nombre, y ante la imposibilidad de ubicar a ningún pariente o a otro amigo cercano, sus pertenencias quedaron a mi cargo. En las conversaciones que tuvimos durante todos estos años, nunca mencionó a nadie cercano a quien visitara o con quien mantuviera contacto. Busqué en internet a gente con su apellido, y encontré a algunos –ninguno en Chile-, di con ellos, pero nadie dijo conocerlo. Curiosamente Esteban Volkov, nieto de Trosky, señaló haber estado con él en México, pero explicó que no tenían la más mínima filiación. Con sus pocas posesiones a mi cargo, he podido reconstruir de mejor manera la historia que cuenta este libro y sus poemas. Una pieza crucial fue un cuadernito con tapas de cuero, en el cual tenía varias páginas garrapateadas con anotaciones. En la primera página escribió con tinta roja: “Perdido”. En general son párrafos breves, anotaciones sueltas, o poemas, aunque ninguno de los que dejó en el sobre con mi nombre. Su letra a veces pequeña y pulcra, se vuelve insegura e ilegible en muchos lugares. Pero quizás tanto o más importante fueron las horas que pasamos conversando. Yo solía visitarlo en su pieza del Hostal Mistral, donde vivió la mayor parte de la estadía en el pueblo. Salíamos a caminar o bien nos sentábamos en diferentes bares para tomar cerveza. Su historia era incierta y difusa. Movediza. Vivió en cientos de lugares. En otros países. No sé cuánto es cierto, cuánto es falso. Cuidó un hotel en Usuhalla. Fue guerrillero en Nicaragua y El Salvador. Fue chofer en la sierra peruana. Fue artesano en México. Fue guía turístico en Guatemala. Administrador de una viña en Brasil. Cuidó ganados en la Patagonia. Profesor de Inglés en Vicuña.
Al morir dejó cinco camisas, tres pantalones, dos pares de zapatos, un par de sandalias, tres chalecos, un abrigo y una chaqueta. Un jarrón enlozado. Un termo. Un matero. Un mapa del archipiélago de Indochina. Sobres. Papeles. Muchas anotaciones casi irrelevantes en boletas, servilletas y hojas sueltas. Ni una sola deuda. Novecientos mil quinientos tres pesos en una cuenta giro incondicional del Banco del Estado.
Una colt.
*
La mujer real de quien Volkov estaba enamorado, se llamaba Alicia Castillo y trabajaba como profesora de inglés en Ichen, Instituto Chileno de Estudios Nemotécnicos, donde llegaron a ser colegas. Debo explicar que prefiero usar el tiempo pasado para referirme a ella, pues desapareció completamente del mapa antes de que Fernando se disparara. Como sea, me parece imposible que Alicia no se hubiese dado cuenta de la fascinación que ejercía sobre Volkov, sin embargo, él jamás le declaró sus sentimientos. Tenían además una diferencia de más de cuarenta años. Alicia era una mujer alta, de piel morena y ojos verdes, delgada, de gestos suaves y risa fácil. Usaba el pelo largo y desordenado, le gustaba llevar vestidos y aros llamativos. Casi nunca se maquillaba. Cuando lo hacía, sólo los labios, o los ojos. O lo uno o lo otro, nunca las dos cosas. Estos últimos detalles los percibí sólo gracias a lo que Fernando me decía. También supe que eran las características de la otra mujer de la que estaba enamorado, la fantasma. De hecho, Fernando estaba enamorado de Alicia, porque le recordaba intensamente a Ella –cuyo nombre a todo esto él pronunciaba como Ela. Parece un lugar común, o un pésimo recurso poético, pero creo que efectivamente ése era su nombre. Ella –terminé por entender- era una mujer a la que había abandonado cuando tenía algo así como 35 años, mientras se encontraba profundamente enamorado. De eso se trata este libro. Su libro. Mi libro sobre él. Los poemas que escribió pensando en Alicia. Los poemas que escribió pensando en Ella. Los poemas que me dejó en un sobre con mi nombre escrito en su superficie.
*
elderly woman behind the counter in a small town
años después he vuelto
a este pueblo del que nunca salí
atravesé la niebla
en un largo sueño
lleno de voces
llamándome
diciéndome cosas
que nunca pude entender bien
ahora estoy
entre estas calles
de piedras brillantes
con la extraña sensación
de haber estado aquí
hace varias vidas atrás
entro a este local
y ahí detrás del mesón
te veo
como si me estuvieras esperando
desde hace mucho mucho tiempo
me parece reconocer tu cara,
todo me es tan conocido, tan familiar
busco y busco tu nombre en mi cabeza
y no puedo dar con él
es la vida que me atrapó
en su selva de cambios:
todo esto que nunca se detiene,
que nunca se va a detener
hearts and thoughts they fade, fade away
todo lo sólido
se difumina en el aire
ahora creo
que me he dejado llevar
lejos del lugar
donde realmente pertenezco
juro que podría reconocer hasta tu respiración
quizás
no puedo recordar
porque ya no soy como fui
no soy el mismo
y nada es como antes
pero
pero
digamos
que el pequeño pueblo
del que venimos
del que venimos y no somos
dictó mi destino
nuestro destino:
un olvido que recuerda
ahora, aquí, frente a ti,
quisiera gritar hola, como estás, cuánto tiempo
nunca pensé que volvería a verte,
qué bueno que estés acá, que yo esté acá
creo que he pasado todos estos años
esperando este momento…
pero
hearts and thoughts they fade, fade away
sólo quisiera
no sabes cuánto quisiera
que tú pudieras
reconocerme
también
*
Ninguno de los dos –ni Volkov ni yo- fuimos ni somos melómanos. A mí me gusta la música, pero no soy un erudito, ni me interesa serlo. Tampoco soy fanático, ni de un tipo de música, ni de un grupo, ni de un cantante, ni de nada. Tampoco él. Sí sé que le gustaban algunos clásicos, como Debussy, Rajmáninov y Korsakov. Sobre todo Debussy. Y podía escuchar sin problemas cantantes como Manzanero y Nino Bravo. Le gustaban mucho algunos músicos algo rebuscados para ser quien era, como Vinicius de Moraes y Spinetta. Y admiraba con cierta distancia a otros que consideraba definitivamente sofisticados como Leonard Cohen o Tom Waits. A veces en su pieza, a veces en mi casa, nos reuníamos con un par de packs de cervezas y prendíamos la radio o poníamos videos en Youtube. Cada tanto aparecían las historias detrás de los temas. El pacto de Paganini. Y el de Robert Johnson. La vez que Violeta Parra le rompió la guitarra en la cabeza a un borracho. Esa vez cuando a Piazzola su profesora le dijo “Ésa es la música que debes tocar”. Solo esporádicamente –para llenar lagunas y vacíos- le hacía comentarios sobre algún tema o grupo o música. Y él hacía suyos. Nada más. De hecho, al ver los poemas y detectar las canciones de los que surgieron, me sorprendí de que fuese música que posiblemente él nunca hubiese escuchado antes de que yo se la mostrara. No me gusta pensar, no me gusta para nada pensar que escribir sobre esos temas fue su manera de acercarse a Alicia, de investigar sobre sus posibles gustos para intentar una arremetida. Es decir, que hubiese tratado de “actualizarse” para no parecer tan viejo para la mujer de la que estaba enamorado. De todas formas algo así no calza con el Volkov que conocí. Alguien seguro, tranquilo. Bastante orgulloso. Nunca me pareció un derrotado. No parecía alguien acosado por los remordimientos. No era excesivamente tímido. Pero quizás sí lo era.
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Hay errores que se pagan caros, dijo. Errores que persiguen para siempre. Errores que cambian la forma de caminar, de habitar el mundo, dijo. Matar a alguien. Abandonar a alguien. Abandonar hijos. Abandonar a una mujer, dijo. Abandonar a una mujer a la que se ama, y no solo a la que ama, sino de la cuán aún estás borracho, dijo.
Creo que esa es una clave para entender estos poemas.
*
De las muchas formas en las que yo podría interpretar sus textos, voy a recurrir a la más básica, a la que guarda relación con aspectos biográficos del poeta. Llevo años escuchando que esto no debe hacerse. Me paso por la raja esos años y las modas hermenéuticas. Era mi amigo. No estoy seguro de que fuese verdaderamente su intención, pero me gustaría que estos poemas soportaran otras lecturas. Me gustaría mucho saber que son buenos poemas. Pero hace mucho tiempo que ya no sé bien qué es un buen poema. Hace mucho tiempo que sólo pienso que un buen poema es un poema que me gusta a mí. Estos poemas me gustan. Me gustan y me duelen. Hablan de amor. Hablan de muerte. Hablan de Volkov.
*
Me gusta la canción original. Me gustan casi todas las canciones que eligió para hacer sus poemas. Algunas personas piensan que Elderly woman behind the counter of a small town se trata de la reencarnación. Quizás por eso de “lifetimes are catching up / with me” y “I changed / but not changed at all”. Tiene algo de sentido, pero también puede ser un poco rebuscado. Igual el tema trata básicamente del reencuentro de dos personas, un hombre que ve una mujer después de muchos años y a quien –al principio- le cuesta reconocer. En algún momento hay algo así como un indirecto libre, o bien, es la mujer quien empieza a hablar y dice que se muere de ganas de saludarlo, pero le da vergüenza, quizás de ser quien es, quizás de haberse quedado clavada tanto tiempo en ese pueblucho. En el caso de la versión de Volkov, es el tipo quien se muere por decir hola a la mujer. Sinceramente me cuesta mucho dejar de pensar que el que habla es otro que no es Volkov. Yo no es otro. Yo es Volkov. Como sea, la canción original es de una tristeza suave, evocativa, reconciliatoria. Incluso mamona. Creo que es la sensación que tuvo Volkov por un tiempo después de ver por primera vez a Alicia en las calles de Vicuña. Su poema sin embargo es un poco más duro. Creo que el final transmite el trauma por recordar de golpe a la mujer que dejó allá en Cerro Colorado. Y quizás entender que a pesar de los años, haberla dejado fue un error. Hay errores que cambian la forma de habitar la tierra.
*
Los pequeños pueblos son infiernos grandes. Las aldeas son mundos. A mí siempre se me ha hecho difícil salir de ellos. A la mujer de la canción original también. Queda claro que para Volkov el pueblo iba con él, persiguiéndolo, como a ciertos hombres los persigue su pasado. Sin duda en su poema está el pasado, un mundo y un infierno. El estribillo del manifiesto comunista: “todo lo sólido se difumina en el aire” que aparece en su texto, quizás tenga relación con el infierno, el mundo y su pasado como militante comunista y guerrillero en El Salvador, de donde salió huyendo después de la ejecución de Roque Dalton y José Armando Arteaga. Pero me es imposible confirmarlo con total certeza. ¿Se separó de esa mujer por razones políticas? No, me parece más bien que fue una de las excusas que se dio a sí mismo para dejarla. Es más posible que huyese por miedo al compromiso. Pero dijo que se había separado de ella cuando todavía la amaba. ¿Quería ser un artista? Al parecer. También quería el mundo. Verlo, quizás hacerlo suyo. Quizás sí le resulto. Quizás perdió todo en la apuesta. El punto es que antes de ver a Alicia atravesar la niebla en las calles de Vicuña, no había pensado en nada de eso. Pero sucedió: de pronto, en medio de esa claridad que se da entre dos las espesuras blancas de agua, tuvo frente a sí, el pasado. La vio caminando. Era Ella. Ella como una aparición. Morena. Delgada. Su pelo largo, suelto. Sus ojos claros. Su forma de andar. No había envejecido. Dice haberse quedado paralizado. Y todo vino de pronto sobre él como un gran peso, pero también como un enorme par de alas.
*
all the things you are
eres
un animal hermoso
eres
el beso
en medio del trigal
eres
el viento
meciendo
el delicado umbral
de las hojas
en otoño
eres
el momento
en que tu nombre
acude
sin aviso
a mis labios
eres
siempre fuiste
siempre serás
el nacimiento del cachorro
la danza callada
de la libélula
sobre las aguas
eres
volverás a ser
el jugo de la granada
el enjambre
bullendo
abriéndose
para el amanecer
eres la miel
algún día
un gran pájaro
llenará mi triste habitación
como una canción
de amor
algún día
tu fuego abrazará mi selva
con su destructora belleza
vendrá ese día
animal hermoso
when all the things you are
are mine
(Adelanto de novela)
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